La verdad, siempre he sido fanática de las redes
sociales. Mi infancia consistió en la cultura americana que me ofrecía un
televisor, una ventana encima de una torre estilo Rapunzel y lo poco que me
salpicaba de mi hermosa y rica cultura dominicana. Sin embargo, mi adolescencia
se la debo a las hormonas, los prejuicios, los amigos, los errores, la vergüenza
y una que otra mala noche. No obstante, en mi juventud he aprendido no sólo a
tratar conmigo misma y lo poco o mucho que soy sino también a unificar todo eso
que me define o me definió en un ser completo dispuesto a aceptarse, quererse y
a superarse. He tenido que aprender por las buenas y por las malas lo que en
verdad es la vida, o bueno, la vida desde mi silla.
A mis 23 años de
edad, he llegado a la conclusión de que muy pocas cosas importan cuando se
trata de lidiar con el medio social que me rodea, muy pocas. Las personas
siempre tendrán una opinión negativa o positiva de lo que hagas o dejes de
hacer, siempre habrá bocas para comentar, hablar, escupir, balbucear, vomitar,
defecar y distorsionar lo que sea que crean que estás haciendo. Yo, ingenua,
acostumbrada a la diarrea verbal me he dejado llevar toda mi vida de lo que
otros consideran que es socialmente aceptable así como el hecho de que conocer
a un príncipe azul deba ser alguien que se encuentre en mi lista de contactos, mi amigo de infancia, una persona conocida o reconocida por los que
conozco o simplemente un ente hecho de azúcar bajado del Cielo en una bandeja
de plata (la de oro también es aceptada).
Independientemente
del hecho de que Tinder es una aplicación diseñada con el fin de ligar
(seducir, conquistar) con personas, la encuentro una herramienta muy práctica a
la hora de socializar con personas desconocidas del sexo opuesto, o bueno, del
sexo de tu interés. A pesar del poco tiempo que llevo utilizando la aplicación,
he podido conocer personas que de ninguna otra forma se hubieran cruzado por mi
camino de las cuales no me arrepiento haber conocido así como aquellos a los
que hubiera preferido echarle ácido del diablo a mi teléfono antes de dar el LIKE inconsciente
y ajeno de la psicosis que había del otro lado de la pantalla.
A fin de cuentas, la considero una experiencia muy buena y entretenida para esas personas, que como yo, preferimos las relaciones poco tangibles a menos que sea con cierta intensidad, de forma que se nos permita soñar y distorsionar a esa persona de manera que se convierta en lo que sea que uno quiera que no necesariamente sea amor sino más bien, un ideal de lo que entienda necesite en el momento. Sigo de este lado riéndome del concepto del amor o bueno, corrección, mientras el amor se ríe de mí.
A fin de cuentas, la considero una experiencia muy buena y entretenida para esas personas, que como yo, preferimos las relaciones poco tangibles a menos que sea con cierta intensidad, de forma que se nos permita soñar y distorsionar a esa persona de manera que se convierta en lo que sea que uno quiera que no necesariamente sea amor sino más bien, un ideal de lo que entienda necesite en el momento. Sigo de este lado riéndome del concepto del amor o bueno, corrección, mientras el amor se ríe de mí.
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