4 de junio de 2015

Mi paseo por Tinder

La verdad, siempre he sido fanática de las redes sociales. Mi infancia consistió en la cultura americana que me ofrecía un televisor, una ventana encima de una torre estilo Rapunzel y lo poco que me salpicaba de mi hermosa y rica cultura dominicana. Sin embargo, mi adolescencia se la debo a las hormonas, los prejuicios, los amigos, los errores, la vergüenza y una que otra mala noche. No obstante, en mi juventud he aprendido no sólo a tratar conmigo misma y lo poco o mucho que soy sino también a unificar todo eso que me define o me definió en un ser completo dispuesto a aceptarse, quererse y a superarse. He tenido que aprender por las buenas y por las malas lo que en verdad es la vida, o bueno, la vida desde mi silla.

A mis 23 años de edad, he llegado a la conclusión de que muy pocas cosas importan cuando se trata de lidiar con el medio social que me rodea, muy pocas. Las personas siempre tendrán una opinión negativa o positiva de lo que hagas o dejes de hacer, siempre habrá bocas para comentar, hablar, escupir, balbucear, vomitar, defecar y distorsionar lo que sea que crean que estás haciendo. Yo, ingenua, acostumbrada a la diarrea verbal me he dejado llevar toda mi vida de lo que otros consideran que es socialmente aceptable así como  el hecho de que conocer a un príncipe azul deba ser alguien que se encuentre en mi lista de contactos, mi amigo de infancia, una persona conocida o reconocida por los que conozco o simplemente un ente hecho de azúcar bajado del Cielo en una bandeja de plata (la de oro también es aceptada). 


Independientemente del hecho de que Tinder es una aplicación diseñada con el fin de ligar (seducir, conquistar) con personas, la encuentro una herramienta muy práctica a la hora de socializar con personas desconocidas del sexo opuesto, o bueno, del sexo de tu interés. A pesar del poco tiempo que llevo utilizando la aplicación, he podido conocer personas que de ninguna otra forma se hubieran cruzado por mi camino de las cuales no me arrepiento haber conocido así como aquellos a los que hubiera preferido echarle ácido del diablo a mi teléfono antes de dar el LIKE inconsciente y ajeno de la psicosis que había del otro lado de la pantalla. 

A fin de cuentas, la considero una experiencia muy buena y entretenida para esas personas, que como yo, preferimos las relaciones poco tangibles a menos que sea con cierta intensidad, de forma que se nos permita soñar y distorsionar a esa persona de manera que se convierta en lo que sea que uno quiera que no necesariamente sea amor sino más bien, un ideal de lo que entienda necesite en el momento. Sigo de este lado riéndome del concepto del amor o bueno, corrección, mientras el amor se ríe de mí.